Ecología

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Características

Este tipo de ecosistema es uno de los más representativos de la Península Ibérica y está completamente asociado las regiones de clima Mediterráneo. En estas regiones, el clima se caracteriza por una marcada estacionalidad: veranos secos y calurosos, inviernos fríos y primaveras y otoños templados y húmedos. Estos factores climáticos, junto con factores geológicos y edafológicos, hacen que se desarrolle un tipo de vegetación determinada conocida como “xerofítica”, cuya principal característica es la adaptación a un clima donde el calor y sequía estivales marcan una serie de adaptaciones morfo-fisiológicas. Debido a los aprovechamientos forestales y a los usos que a lo largo del tiempo el hombre ha dado al monte Mediterráneo, en este y aunque actualmente se encuentre alejado de su potencial natural, es posible aún observar un mosaico de comunidades vegetales, más o menos alteradas por el hombre, que todavía permiten el mantenimiento de nuestra diversidad vegetal y animal. Encontrándose mejor conservadas aquellas zonas donde la orografía, la baja densidad de población o la pobreza de los suelos no han beneficiado la actividad humana.

En este tipo de formaciones vegetales, y aunque La estructura de este tipo de bosque se basa en tres estratos de vegetación, formados por comunidades de especies arbóreas y arbustivas de hoja esclerófila y persistente, de gran resistencia a la sequía prolongada, y especies herbáceas que conforman el estrato de vegetación más bajo. Entre las especies arbóreas más características podemos citar la encina (Quercus ilex sub. ballota), el alcornoque (Quercus suber), el quejigo (Quercus faginea), el acebuche (Olea europea var. sylvestris) y el algarrobo (Ceratonia siliqua). Como principales especies de matorral destacan el lentisco (Pistacea lentiscus), labiérnago (Phyllirea angustifolia), madroño (Arbutus unedo), mirto (Myrtus communis), especies de jaras (Cistus sp.) etc. Las especies pertenecientes al sustrato herbáceo son aquellas de carácter anual (terófitos).

Aparecen comunidades vegetales dentro de este tipo de bosque que están ligadas a la presencia de agua y que aparecen a lo largo de las riberas de los ríos. Es lo que conocemos con el nombre de bosque de galería y está formado por diferentes especies caducifolias como el álamo (Populus sp.), el fresno (Fraxinus sp.), los tarajes (Tamarix sp.), y matorrales como la zarzaparrilla (Smilax aspera), zarza (Rubus ulmifolius), madreselva (Lonicera implexa) y la hiedra (Hedera helix), entre otros.

El bosque Mediterráneo es uno de los ecosistemas que presenta una mayor diversidad faunística contando con una amplia representación de reptiles, aves mamíferos, anfibios e invertebrados. Por citar algunos destacamos al águila imperial (Aquila adalberti), águila calzada (Hieraaetus pennatus), buitre negro (Aegypius monachus), ciervo (Cervus elaphus), jabalí (Sus scrofa), lince (Lynx pardinus), meloncillo (Herpestes ichneumon), zorro (Vulpes vulpes), tejón (Meles meles), lagarto ocelado (Lacerta lepida), gineta (Genetta genetta), conejo (Oryctolagus cuniculus), currucas (Sylvia sp.), entre muchos otros.

Especies como el lince y el águila imperial son endémicas de la Península Ibérica y están completamente ligadas a la presencia de este tipo de bosque. La degradación de este tipo de hábitats ha sido, junto con la disminución de las poblaciones de conejo, una de las principales causas por las que estas especies han sufrido un declive considerable.

 

Antecedentes del monte mediterráneo

El paisaje actual en el entorno mediterráneo ibérico es fruto del devenir de una serie de acontecimientos de diversa índole que han originado cambios de continua evolución en la composición de los bosques. O dicho de otra manera, el monte mediterráneo no siempre ha estado aquí, así mediante registros polínicos, higroturbosos, etc. se sabe que en la península ibérica hace de tres a cinco millones de años, las formaciones forestales estaban dominadas por taxones subtropicales y que hace de 3,2 a 2,3 millones de años se producen una serie de cambios climáticos que repliegan estas formaciones y permiten la aparición de coníferas, como Pinus o Cedrus junto a otras ya típicas mediterráneas, como Oleas, Pistáceas y Quercus. Posteriormente, glaciaciones provenientes de Europa, hasta veinte, provocan una alternancia de bosques de diferente espesura, mezclados con formaciones esteparias, predominando pinares y quercineas por épocas. La última glaciación de hace 20.000 años aproximadamente, es la principal responsable de la actual estructura florística en nuestro país: bosques caducifolios con predominio del clima atlántico en el norte y el bosque mediterráneo que constituye el clímax forestal (aproximadamente el 75 % de la península) dominado por el clima Mediterráneo (con la estructura y especies descritas anteriormente).

A la modelación del paisaje en la península se ha sumado como factor decisivo en los últimos tiempos, el hombre. Sin duda, la relación del hombre con su medio no siempre ha ido en detrimento de éste. En el Paleolítico, pequeños clanes familiares recolectores-cazadores debían tener un carácter nómada para alimentarse. Estos grupos debían interaccionar con el medio sin producir cambios ambientales importantes. En el Holoceno, a partir del Neolítico, la población se sedentarizó, primero en pequeños núcleos urbanos, fomentándose la división del trabajo (agricultura, ganadería, minería…) y cada vez con una mayor capacidad de presión sobre el medio. La revolución industrial supuso un salto cualitativo en la capacidad de modelación del paisaje, debido en parte al espectacular aumento de la población. En esta época en la península ibérica, se calcula que el 64% del país se podría considerar terreno forestal, porcentaje superior al actual. En 1859 se ha calculado que de esos 32 millones de hectáreas, entre 5 y 7 de éstas fueron enajenadas por la Ley de Desamortización General y posteriores modificaciones. Este cambio de titularidad provocado por la política liberal del momento ocasionó la roturación de matorrales, encinares, alcornocales, etc. para vender la leña y madera a la creciente demanda industrial de materias primas (minería, fundiciones, ferrocarril, etc.). Muchos de estos terrenos que pasaron a manos privadas, aumentaron de manera significativa la producción agrícola de viñedos, olivos y leguminosas. Póngase un ejemplo de una práctica utilizada por entonces y que llegó hasta finales del siglo pasado: era habitual en algunas zonas ganaderas la quema del monte cada 3 a 5 años, y cuyo objetivo perseguía la obtención de pastos más nutritivos. Los incendios continuados eliminaban el matorral incluso llegando a desaparecer el encinar. Aun hoy se pueden observar extensas manchas de jaral que son el recuerdo de aquella época. Otro ejemplo más reciente de mala gestión sobre la superficie arbolada se da entre los años 1946 y 1974, en los que 600.000 hectáreas aproximadamente de terreno forestal mediterráneo, se sembraron con especies de crecimiento rápido como pino o eucalipto. En las sierras de Andújar, Cardeña y Montoro la delgada capa fértil fue volteada o aterrazada para sembrar estas especies. Más tarde, los crecimientos del arbolado demostraron la ineficaz política maderera. Un tanto por ciento elevado del hábitat del lince ibérico fue modificado en las áreas ocupadas por esta especie. Actualmente, se calcula que solo de entre un 15 a 20 % del pinar en Cardeña-Montoro y Andújar está ocupado por lince ibérico. Este deterioro del hábitat coincidió con la llegada de la mixomatosis, enfermedad que diezmó las poblaciones de conejo, principal alimento del lince ibérico, en un 95 %. Después llegaría la EHV.

Los desencuentros entre propietarios, políticas comunitarias, conservacionistas y ciudadanos que pretenden un cada vez mayor uso público, deberían minimizarse para que cualquier pretensión de construcción de nicho ecológico de las partes sobre el monte mediterráneo, fomente y apoye la rentabilidad económica con la diversidad ecológica y una gestión sostenible a largo plazo por encima de las crisis económicas. Se trataría de evitar en el futuro nuevas y profundas transformaciones en grandes manchas del monte mediterráneo y su estructura, algo que desde la revolución agrícola en los años 60 se ha simplificado.

 

Clima y estrategias del monte mediterráneo

El clima es uno de los principales factores que limita las condiciones de acogida y disponibilidad de alimento en el área mediterránea. El crecimiento de las plantas en el bosque mediterráneo es lento debido en parte a la escasez e irregularidad de precipitaciones. Los veranos cálidos e inviernos húmedos, a priori beneficiosos para el crecimiento de las plantas, no obstante lo impiden, debido a la sequedad del verano y el frío del invierno. Así, en verano, la vegetación esclerófila (hojas duras, pequeñas, coriáceas) adopta estrategias que intentan evitar el estrés hídrico, como la producción de aceites volátiles, ceras, pelos, invaginación o cierre de estomas, desarrollo de un sistema radicular pivotante que profundiza en la tierra, etc. Estas estrategias ralentizan los procesos de fotosíntesis y su relación con el crecimiento de las plantas. En líneas generales, nunca se podrá pensar en elevadas producciones de madera y sí de leñas para carboneo. Después del verano, la llegada tardía de lluvias algunos años, unida a la bajada de temperatura, hacen que la producción de pastizales, tan ansiados como necesarios para los herbívoros, sea raquítica, encontrándose su mayor producción al principio de la primavera. Heladas tempranas o tardías también pueden perjudicar la fructificación o floración de las plantas, lo que se suma a la irregularidad en la abundancia de alimento. El clima puede condicionar factores tan importantes como la creación de suelo. Las hojas de la vegetación mediterránea, por lo general duras, y con gruesos nervios y paredes celulares, ralentizan junto a la escasez de lluvias las agresiones físicas que facilitan los procesos de edafogénesis. Una importante adaptación del monte mediterráneo, dada la alta probabilidad de incendios en verano, consiste en la capacidad de rebrote de una gran variedad de plantas, después de éstos. Las cenizas ricas en fósforo, potasio o calcio ayudan junto con el imprescindible nitrógeno a brotar a cistáceas, labiadas, matorral noble o arbolado con gran fuerza desde la cepa. Una curiosa adaptación al incendio es la del alcornoque. El corcho no es más que una gruesa capa de células huecas y muertas que protege e impide el paso del fuego a las zonas vitales del árbol.

Por último, comentar un interesante proceso coevolutivo entre fauna y flora en el monte mediterráneo, las aves del norte de Europa en otoño, migran, coincidiendo con su fase no reproductiva, hacia la cuenca del mediterráneo o África. La abundancia de frutos apetecibles y carnosos, ricos en proteína así como artrópodos del matorral mediterráneo hacen que muchas especies utilicen esta área como paso migratorio o invernada. Estos individuos (se calculan al menos 300 millones de paseriformes) que unidos a los residentes, juegan un papel fundamental en la dispersión y estratificación de semillas (mutualismo). Pero ésta no es una labor exclusiva de las aves, los carnívoros medianos como el zorro (Vulpes vulpes), tejón (Meles meles) o garduña (Martes foina) también contribuyen de manera notable a esta dispersión. Su amplio espectro alimentario y la disminución de alimento en otoño-invierno coincide con la fructificación de buena parte del matorral. El resultado se puede observar fácilmente en esta época por el alto porcentaje de semillas en sus excrementos. 

 

Usos tradicionales y aprovechamientos del monte mediterráneo

Tradicionalmente, el monte mediterráneo ha sido transformado por el hombre para la agricultura y la ganadería, por lo que se trata de un ecosistema natural y cultural dotado de una importante componente histórica. Su significado y valoración patrimonial han evolucionado al compás de las sociedades, desempeñando un papel económico fundamental en el ámbito rural. Se ha realizado de manera sistemática una eliminación de la cubierta leñosa para la obtención de tierras de cultivo, así como un clareo y adehesamiento para la obtención de áreas de pastoreo para la ganadería. A pequeña escala, pequeñas transformaciones de esta índole, que aumentan la superficie de “ecotonos” (zonas de borde entre distintos hábitats, por ejemplo entre matorral y pasto), pueden aumentar la biodiversidad de una zona. No obstante, este manejo intensivo y transformación del medio provoca un desequilibrio, o equilibrio sesgado hacia algunas especies, que se acumula en el tiempo. A menudo este tipo de transformaciones llevan a la alternancia de monte Mediterráneo bien conservado con superficies adehesadas, pequeñas parcelas con cereal, olivar y otro tipo de cultivos en los cuales se favorecen la diversidad de paisajes y hábitats. Este tipo de alteraciones del bosque primigenio en favor de una actividad económica, no tienen por qué excluir la presencia de animales como el lince, que puede coexistir siempre y cuando las condiciones del hábitat sean mínimamente favorables para la especie y haya una suficiente presencia de conejos. Aunque los mejores territorios en cuanto a calidad de hábitat y abundancia de presa son regentados por ejemplares dominantes, existe presencia de linces juveniles dispersantes y adultos en olivares y dehesas con suficiente matorral. La presencia del lince no supone ningún problema para el desarrollo de la actividad y sí un enriquecimiento del hábitat por su importante función ecológica y como joya de nuestro patrimonio natural.

Un bosque clímax mediterráneo tiene escaso valor productivo para el hombre, el cual obtiene mayores beneficios en las etapas de degradación de éste. La dehesa es pues el resultado y principal soporte sobre el que se sustentan las actividades económicas actuales en el monte mediterráneo. Este ecosistema además, ha permitido albergar a una importante fauna asociada, entre la que cabe destacar como ejemplo, la invernada de grullas (Grus grus) o palomas torcaces (Columba palumbus). Este complejo sistema productor creado por el hombre, agro-silvo-pastoril, escenario de caza, de rotaciones y cultivos, se ha visto simplificado por la deshumanización del medio. Actualmente una dehesa pura (encinar aclarado más pastizal) tiene un uso de alta productividad limitado a ciertas épocas del año, de las que se aprovecha principalmente la ganadería o la caza mayor, cuando los pastizales son más nutritivos o la montanera, de la que se aprovecha el cerdo ibérico. Esto, unido a la escasa rentabilidad actual del monte debería incentivar al propietario de un terreno forestal a la diversificación económica en aras de una mayor eficiencia, con el apoyo de subvenciones en las que prime calidad y biodiversidad frente a la alta producción y bajos precios. La sobreexplotación de propiedades (ganadería intensiva, podas abusivas al encinar y de difícil cicatrización, nula regeneración del monte…) que contrae la potencialidad del monte deberían en todo caso ser corregidos. Dicha potencialidad supone generar una producción elevada de recursos aprovechables. Actualmente, se aboga por una gestión compatible de la caza junto a la ganadería o el corcho, como unos de los principales recursos en un medio rico y diverso. El papel del matorral noble está últimamente cobrando auge como factor decisivo de alimento en la época de estío para la caza mayor, destacando su papel para la supervivencia a los nuevos pies de encina o alcornoque en los primeros años (el 96% del alcornocal actual no tiene una regeneración adecuada). Además, así se mantiene una mayor complejidad estructural de hábitats que favorece a otras especies como jabalí, aves, roedores…y por supuesto a sus depredadores que también lo utilizan como refugio o alimento. Como ejemplo pongamos al conejo, eslabón fundamental de la cadena trófica del que se alimentan 40 especies de depredadores, algunos de ellos especializados en su captura como el lince ibérico y el águila imperial. El conejo es además una pieza fundamental para la caza menor. La formación de un mosaico vegetal que intercala dehesa, junto a formaciones más densas como maquia o siembras, de las que también se aprovecha tanto la caza menor como la mayor, en un adecuado equilibrio poblacional, junto al efecto borde, es más autosostenible minimizando para el gestor de caza la necesidad de aportes alimenticios extras (caza mayor en Sierra Morena). También, la heterogeneidad de estos matorrales favorece la producción de miel y hongos. Así, recientemente, la propiedad privada está considerando con interés los últimos ensayos de micorrización de hongos, como la trufa negra u otras de alto valor comercial.